Cuenta atrás
Jerson, Eduardo, Yasmine, Rudy, Ana Cuti, Hector, Juanito, Noemi,
Miguel, Helén, Juan Diego, Florencio, Eva, Christian, Yesenia, Anjhelo, Danner,
Karla, Jose Miguel, Ana Carolina, Deiby, Luis, Anita, Edwin, Rodrigo, Miriam,
Ariel, Gladys, Arón, Denis, Fernando, Hian, Nataly, Joel, Emily, Jon, Analia,
Willy.
38 nombres. 38 rostros de niños. 38 vidas que por tres meses se han
cruzado con la mía.
Pues eso: entre todas las cosas de las que pudiera hablar de esos tres
meses y medio de mi permanencia en Proyecto Horizonte, quiero expresamente
dedicar unas palabras a los niños del Segundo Básico (entre 7 y 8 años) de la
Unidad Educativa San Vicente de Paul, el colegio que ha fundado nuestra
asociación.
Mi labor consiste en apoyar la profesora de clase (ósea la que se
dedica a matemática, lenguaje y ciencias) porqué con tantos niños resulta
difícil trabajar prestando a todos la misma atención.
Para la “fiesta del papá” los niños recibieron una tarjeta que tenían
que regalar a los propios padres. En un lado estaba dibujada una camisa que
debía ser coloreada. Por el otro había que escribir algo bonito dedicado al
papá. Dejando a parte los opinables gustos artísticos de los niños a la hora de
pintar las camisas, ocurrió que vi uno de ellos con los brazos cruzados en vez
de escribir la dedicatoria. Cuando le pregunté por qué todavía no había escrito
nada, me contestó, con un tono de reproche más que de tristeza: “Pero si es que
yo no tengo papá!”
En pocos instantes tenía que decirle algo que cortara
allí el asunto sin que le resultase pesado ni le supondría vergüenza: “Pues
escribe algo por tu tío, un pariente, un hermano mayor al que quieres mucho!
Venga. El importante es escribir!”. No sabía por aquel entonces si hubiera podido contestarle de mejor manera: pero el agachó la cabeza y se puso
a escribir, mientras yo seguí revisando los demás aunque pensaba en lo difícil
que tenía que ser para aquel niño ver todos sus compañeros ilusionados a
escribir palabras bonitas para sus padres.
En otra ocasión, por la entrega de material escolar, vestimentas y
calzados por parte de Proyecto Horizonte a los niños económicamente más
desfavorecidos, me pidieron de escoger cinco niños/as de la clase cuyas
familias, a mi juicio, no estaban económicamente bien. Eso porqué desde pocos
días había cambiado la profesora de aula y la nueva todavía no conocía
suficientemente bien a la clase. Me sentí cargado de una responsabilidad
peligrosa. Peligrosa por el miedo a equivocarme. Porqué a veces los que
aparentan… digamos “bien”, es solo por el hecho que sus padres no ahorran un
solo centavo en la educación de sus hijos, mientras otros le destinan el mínimo
indispensable.
Os voy a contar por cada elección mi criterio.
En el caso del primer niño un día me lo encontré por la calle. Había
faltado al cole (faltaba muchas veces) y jugaba a solas con un cochecito de
plástico. Empecé a echarle bronca sobre el porqué no había venido a clase. Se
quedaba cabizbajo sin decir una palabra: de pronto empezó a llorar explicándome
que aquel día no tenía pantalones para ir al colegio. Solo entonces me di
cuenta que llevaba lo que suponía ser un pijama. Le dije que solo me importaba
que viniese a clase, en uniforme, pijama o hasta en calzoncillos.
En otra ocasión los niños tenían que dibujar su familia. Mientras iba
revisando que todos trabajaran, me detuve a lado de una niña de la cual el
dibujo me dejó perplejo. En ello estaba una persona mayor, el padre, cinco
hijos, tres niñas y dos niños, dos perros, un gato, cuatro gallinas y hasta… un
cerdo!
Esa tipología de “familia” me la encontré otra vez por las calles de
esta comunidad, y es la causa de mi tercera elección. Un día me sentí llamar por mi nombre y a darme la vuelta reconocí a un
niño de mi clase. Estaba jugando con sus hermanitos con un par de perros juntos
a ellos. Iban todos descalzos arrastrando ramas de árbol para hacer como una
cabaña. De repente su madre los llamó. Él se despidió de mí sonriéndome y entró
en una casa, o mejor dicho una gran habitación de barro, con calaminas como
techo. Vivian todos allí, inclusive los perros. Lo más sorprendente era que al
colegio ese niño venia impecable: aseado, ropa limpia y material escolar al
completo!
En cambio en el caso de la cuarta niña, la elegí porqué nunca tenía
material: cada mañana buscándole un lápiz, nada de tajador o borrador, apenas
un cuaderno que le servía para todas las asignaturas.
Por el quinto niño, no sabiendo ya como decidirme, empecé a fijarme en
los zapatos de todos: el “ganador” fue un niño que llevaba la zapatilla derecha
casi totalmente rota y la izquierda que iba camino a romperse también.
Eso es todo.
Ya me falta poco para acabar mi experiencia como voluntario en Proyecto
Horizonte. No sé qué será de ellos: quien seguirá estudiando, quien empezará a
trabajar temprano, quien creará por primero una familia. Lo que si me gusta
pensar es que de vez en cuando, en el tiempo, se acordarán de aquel profe con
un acento raro, y se preguntarán que habrá sido de mí, lo mismo que yo me
preguntaré de ellos, de aquellos 38 niños que por tres meses coincidieron con
mi vida.
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